"Araújo indicó que él vendría todos los días al Liceo por las tardes, que le diese novedades de la salud de Tejaday que si quería acercarse a jugar una partida, encantado. Ya. Ahora se quedaba solo en el espacio ilimitado de la ausencia recurría a él, después de haberlo despreciado cuando se ofreció voluntariamente. Jugaría, sí, pero iba a hacerle más trampas que un tahúr profesional del Mississipi a lo largo de dos semanas de viaje por el río."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.71-72.
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