"Desde ella se veían extrañas perspectivas del puente: la pared interior del gran arco central, aplomada su curva sobre el agua, arrastrando la mirada en su caída; el enorme tajamar, afilando contra la corriente su pétrea proa, en cuya plataforma crecían verbajos y pequeños arbustos dándole una singular apariencia de islote, un islote solitario en el que se arriesgaban -ahí sí- a aventurar sus sueños más intrépidos.
En los burladeros tenían sede los mendigos, que voceaban sus salmodias con monotonía paralela a la del río, orillando la indiferencia de los transeúntes: "¡Apiádense del desgraciado! ¡Nunca así se vean! ¡Limosna ao cego! ¡limosna ao ceguiño...!"
Julio López Cid. El Río. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.26-27
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