"Al poniente, un elemento más del crepúsculo, se veía el Puente Viejo, con su piedra oscurecida, melancólica, empinada su achacosa joroba sobre la gran ojiva del arco central. Al Puente Viejo iban pocas veces, porque el pretil de piedra era alto (tanto como sus menguadas estaturas) y les dificultaba la visión del agua. Pero tenía varios burladeros coronando como atalayas los imponentes torreones de los pilares: pequeñas plazoletas semicirculares al borde de la estrecha calzada -sobresaliendo de ella, proyectándose en avanzadilla sobre el agua- guarnecidas de frágiles barandillas de hierro que componían con el recto pretil una línea mixta, como un yugo gigántesco."
Julio López Cid. El Río. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.26
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