Xa o sol puxérase antre o enredo
do bosque, sobor do río. Os nenos da ermida voltaran cô gando, e hachábanse
sentados ô fogo, ouvindo ô seu mestre Gantama, cando chegóu un neno desconocido
e saudóuno con froles e froitos. Logo, trais un fondo cumprimento, díxolle con
voz de paxaro: “Señor Gantama, veño a que me guíes pol-o sendeiro da verdade.
Chámome Satyakama.”
“Bendito sexas”, díxolle o
Mestre.
“¿E de qué casta eres, meu
fillo? Porque soio un Bramín pode
aspirar â suprema sabiduría.”
Contestóu o neno: “Non sei de que
casta son, Mestre: mais vou a perguntarllo â miña nai.”
Despidéuse Satyakama, cruzóu o
rio polo-o mais estreito, e voltóu â chouza da sua nai, qu´hachábase ô remate
d´un areal, fora da aldeia xa dormida..
A lampa alumeaba débilmente a
porta, e a nai hachábase fora, de pe na soma, agardando a volta do seu fillo.
Colléuno contra do seu peito,
bicóuno na testa e perguntóulle que lle dixera o Mestre.
“¿Como se chama meu pai?, dixo o
neno. “Porque me dixo o Sr. Gantama que soio un Bramín pode aspirar â suprema
sabiduría.”
A muller baixóu os ollos e
falóulle docemente: “Cando xoven, eu era probe e conocín moitos amos. Soio
poido decirche que ti viñeches ôs brazos da tua nai Jabala, que non tivo home.”
Os pirmeiros raios do sol
aburaban na copa das álbres da ermida do bosque. Os nenos, ainda mollado o
revolto pelo, do baño, da mañá, hachábanse sentados diante do seu Mestre, baixo
un álbre vella.
Chegóu Styakama, fíxolle un fondo
cumprimento ô Mestre, e ficóuse de pe en silenzo.
“Dime”, perguntóulle o Mestre, “¿sabes
xa de que casta eres?”
“Señor”, contestóu Satyakama, “non-o
sei. A miña nai díxome: Eu conocín moitos amos cando xoven, e ti viñeches ôs
brazos da tua Jabala, que non tivo home.”
Entonces erguéuse un algareo como
o zumbido iracundo das abellas fostigadas na sua colmea. E os estudantes
murmulaban antre dentes da desvergoñada insolenza do neno sin pai.
Mais o Mestre Gantama erguéuse,
trouxo ô neno cos seus brazos até o seu peito e díxolle: “Ti erel-o mellor de
todol-os Bramíns, meu fillo; porque tés o herdo mais nobre, qu´é o da verdade”.
(Vicente Risco, A Nosa Terra, 10 de maio de 1918)
(Autotraducido por Tagore do orixinal bengalí, Fruit-Gathering, 1916)
Ya el sol se
había puesto entre el enredo del bosque sobre el río. Los niños de la ermita
habían vuelto con el ganado, y estaban sentados al fuego, oyendo a su Maestro
Gautama, cuando llegó un niño desconocido y lo saludó con flores y frutos.
Luego, tras una profunda reverencia, le dijo con voz de pájaro: "Señor
Gautama, vengo a que me guíes por cl sendero dc la Verdad. Me llamo Satyakama.»
«Bendito seas -dijo el Maestro-. ¿Y de qué casta eres, hijo mío? Porque solo un Bramin puede aspirar a la suprema sabiduría. Contestó el niño: «No sé de qué casta soy, Maestro; pero voy a preguntárselo a mi madre."
Se despidió Satyakama, cruzó cl río por lo más estrecho, y volvió a la choza de su madre, que estaba al fin de un arenal, fuera de la aldea ya dormida.
La lámpara iluminaba débilmente la puerta, y la madre estaba fuera, de pie en la sombra, esperando la vuelta de su hijo. Lo cojió contra su pecho, lo besó en la cabeza y le preguntó qué le había dicho e1 Maestro.
“¿Cómo se llama mi padre? -dijo el niño-. Porque me ha dicho el Señor Gautama que sólo un Bramin puede aspirar a la suprema sabiduría." La mujer bajó los ojos y le habló dulcemente: Cuando joven. Yo era pobre y conocí muchos amos. Sólo puedo decirte que tú viniste a los brazos de tu madre Jabala, que no tuvo marido."
Los primeros rayos del sol ardían en la copa de los árboles de la ermita del bosque. Los niños, aún mojado el revuelto pelo, del baño de la mañana, estaban sentados ante su Macstro, bajo un árbol viejo.
Llegó Satyakama, le hizo una profunda reverencia al Maestro, y se quedó de pie en silencio. «Dime -le preguntó el Maestro-, ¿sabes ya de qué casta eres?» «Señor -contestó Satyakama-, no sé. Mi madre me dijo: Yo conocí muchos amos cuando joven, y tú viniste a los brazos de tu madre Jabala, que no tuvo marido. » Entonces se levantó un rumor como el zumbido iracundo de las abejas hostigadas en su colmena. Y s estudiantes murmuraban entre dientes de la desvergonzada insolencia del niño sin padre. Pero el Maestro Gautama se levantó, trajo al niño con sus brazos hasta su pecho, y le dijo: «Tú eres el mejor de todos los Bramines, hijo mío; porque tienes la herencia más noble que es la de la verdad.»
(Zenobia Camprubí, La Cosecha, 1918)
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