"Cuando despertó eran las seis de la tarde; consideró que no merecía la pena acercarse al Liceo a jugar una partida e incluso admitió la posibilidad de que, de hacerlo, se sintiera intranquilo al contemplar la bandera con el crespón y quizá el charco de sangre sin lavar tapado con serrín. A través de la ventana se hizo cargo de la lluvia que seguía cayendo."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.32.
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