"Entonces, evocó, tuvo que hacer las maletas y huir durante siete días a su casa de El Barco; allí, en medio del huerto y de la soledad, se dulcificaron sus gestos de viudo reciente, en la cama fría del pueblo descubrió la certeza de que ya para siempre (salvo esporádicos encuentros sin posibilidad de prolongación) iba a dormir solo, la certeza de que el cuerpo amado sería un presentimiento de amarguras gélidas como puñales de plata."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.51.
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