"Tiró disimuladamente el cigarrillo al suelo y lo pisó; sabía que por actos de este tipo (...) podrían expedientarlo y suspenderlo durante algunos meses como socio del Liceo y aunque eso comprometiera los planes urdidos con precaución, no se alarmó. Lo que realmente le preocupaba mientras dejaba el periódico y recibía los restos del sol en la tarde plácida de mayo, era que alguien -pero, ¿quién?- había barruntado actuaciones paralelas o simultáneas a las suyas en aquel lugar de la ciudad."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.48.
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