“Pero el Cura
estaba resuelto a echarse encima una supuesta culpa para librar de ella al
pequeño procesado, y continuó:
-Es que yo puse en
sus manos libros que dañaron su alma; no advertí que estragaba su genio natural
y que fomentaba su afición a soñar con cosas imposibles. ¡Cate usted que quería
embarcarse y correr aventuras llevando de mentor a Benito Freire!...
-¡Pues buena
compañía se buscaba! ¿Y qué lecturas fueron esas?-inquirió el magistrado.
-Que yo recuerde
ahora, las Metamorfosis de Ovidio y aquel pasaje del Satiricón donde un soldado
se convierte en lobo. El muchacho disfrutaba con estas ficciones de los
gentiles, y yo, por amor de las humanidades y por hacer un bien a aquel
espíritu que pedía salir de su tosquedad, consentí en darle pasto con lecturas
que ahora veo que resultaron perniciosas.”
Martínez-Barbeito,
Carlos. El bosque de Ancines. Ayma editor de Barcelona, 1947. pág. 173.
(Estas
palabras se refieren al niño Minguiños, no a Benito Freire)
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