"El poeta, ya lanzado, se fue a su casa a buscar la guitarra, pidió un taxi y se largó a cenar a Ribadavia, con el perro por supuesto. Cenaron opíparamente (el perro siempre costilletas y aguardiente) y en la sobremesa él cantó los obligados tangos, coreado por los destemplados ladridos del sabueso, que lo miraba con la tristeza propia de la especie, tristeza que el poeta, entre los vapores del vino y sus visionarias inclinaciones, empezaba a metaforizar considerándola ya como propiamente humana. Salieron de allí y continuaron rodando de tasca en tasca."
Julio López Cid. El Río. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.98.
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