"La ciudad, constreñida por la angostura del valle, crece como dios le da a entender, mejor dicho, como los intereses privados le imponen, sin orden ni concierto, sin ton ni son; sólo hacia el Sur, aprovechando el respiro que la naturaleza le concede, se estira cuanto puede huyendo del río. Pero el río no la deja: la persigue. La niebla emerge de sus aguas y va ascendiendo como un humo turbio por las riberas, por los desmontes de las afueras, enredándose en los árboles, empapando los campos y el suelo terroso de los caminos arrabaleros, los desparramados desechos... y, pegándose a las paredes de las casas, se va deslizando subrepticiamente por calles, callejones, para aposentarse en las plazas y los jardines, invadiendo la ciudad entera, colándose incluso en el interior de las viviendas, cuyos cristales y espejos empaña con su húmedo aliento..."
Julio López Cid. El Río. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág. 101
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