"El día de Nochebuena, poco antes de la hora convenida para la cena familiar, salió de casa con el pretexto de recoger unos apuntes en casa de un amigo, allí muy cerca.
Se encaminó sin vacilación alguna hacia el río. Había niebla, una niebla densa, blanda, como algodón, que ponía en los labios un sabor ligeramente agrio; en las calles, las luces de las farolas componían pequeños ámbitos esféricos, como globos macilentos; casi no se distinguían las escasas personas que pasaban apresuradas, con las que él -sin duda- se cruzó.
(En noches así, en las proximidades del río la niebla se espesa hasta tal punto que se tiene la impresión de vagar por una atmósfera irreal, una suerte de caos primordial, al margen del espacio, del tiempo...)
Tal vez iba pensando que aquello era lo suyo, que al cabo regresaba al regazo materno de los cuentos; acaso, en el momento de arrojarse desde el Puente Nuevo, su conciencia no estaba ya en la circunstancia inmediata; traspuesto el umbral, aventurado con pasión el primer paso, se adentraba ya en la entraña insondable del misterio.
(...) escribió con letra firme: "Sólo quiero descansar de vivir".
....................................................................................................................................................................................porque la niebla es un reclamo del río, una apremiante llamada que sólo algunos -muy pocos- son capaces de comprender, incapaces de desoír..."
Julio López Cid. El Río. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.111