"Era el tiempo de acumular experiencias, de exprimirlas hasta el máximo. Después de los paseos se reunían en el sótano de una taberna, que llamaban "El Refugio"; ellos eran "Los silenciosos"; rendían al silencio una suerte de culto, como ámbito o claustro germinal propicio a la fecundación del pensamiento creador; comentaban con pasión arrebatada las últimas lecturas, las músicas oídas por radio, los cuadros sólo conocidos a través de reproducciones. Los más adelantados descubrían los "ismos" vanguardistas, en muchos casos periclitados ya años atrás, antes de nacer ellos; se afilaban las filias y las fobias en el afán de alcanzar la claridad, una claridad que todavía deslumbraba, cegadora, sus miradas novicias. Al final, sacaban a relucir las propias creaciones (antes, brindaban por el silencio: una ronda obligada de tinto, que bebían con afectada solemnidad), porque todos hacían sus pinitos en los terrenos del arte: había un músico y un dibujante; abundaban los poetas, los más, prendidos aún en las brillantes redes del "modernismo", donde las imágenes del río era literal, literariamente surcadas por los cisnes rubenianos.
Julio López Cid. El Río. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.57
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