"Al atardecer había unos instantes en que todo colaboraba a la revelación del prodigio: las orillas se diluían en la luz del crepúsculo; se ahondaban el silencio, la quietud; se sentían flotar, inmóviles, en un cauce irreal al margen de toda fluencia, como si el tiempo y el espacio hubiesen perdido sus dimensiones; las palabras eran innecesarias, vanas; se cogían las manos y se besaban a hurtadillas, rozándose apenas los labios; los suspiros planeaban sobre el susurro dulcísimo del agua..."
Julio López Cid. El Río. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.47
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