Fonte: La Región |
A Juan Neira Cancela (1848-1909), militar,
periodista y prolífico escritor, coetáneo y amigo de Emilia Pardo Bazán,
le reservó la historia una de esas anécdotas que por simpáticas no se
olvidarán. A su muerte, entre los innumerables papeles escritos por él,
se encontraron no menos de una docena de notas necrológicas de muertos
muy vivos, en su mayoría literatos, dispuestos para lanzar a imprenta,
sobre los que el gacetillero ourensano tenía dibujado un horizonte de
difunto sin reparar en la posibilidad de la suya propia. Más allá de
esta antología del periodismo de necrológicas, el autor de “Caldo
Gallego”, relato emotivo sobre sus orígenes valdeorreses, fue cronista
de la Ciudad de Ourense entre 1907 y 1909, el segundo en orden de
designación, después del profesor y periodista Arturo Vázquez Núñez.
Eran otros tiempos, Ourense no superaba los 16.000 habitantes y las
personas ilustradas eran un bien escaso.
Figura controvertida
Aunque cronistas, en el oficio de contar historias los ha habido desde siempre -antes de los propios escritos-, la designación oficial de un cronista erudito es asunto reciente. El primero fue el escritor y periodista Arturo Vázquez Núñez, en 1893, pero la figura, a pesar de las opiniones encontradas, de los silencios y olvidos de los últimos tiempos, queda enraizada en la tradición, y ligada su presencia a una serie de personajes de valía.
No es asunto prioritario: el devenir cicatero del día a día queda perfectamente narrado en la crónica de la prensa profesional. La figura del cronista en sí presupone otra cosa, una distinción de honores, y así consta en el reglamento municipal para señalar a uno de sus conciudadanos con conocimientos y profundo amor por su ciudad, que con su nombramiento se reconoce. Lo cierto es, que desde la muerte del último, Anselmo López Morais, cuya elección escenificó posicionamientos enfrentados, sin consenso hasta una segunda votación donde el alcalde se reservó la potestad del voto de calidad, la figura permanece vacante y son bastantes los contrarios a dar continuidad a esta figura que en tiempos de Alfredo Cid Rumbao llegó a ser considerada como un concejal más, aunque sin posibilidad de voto.
También es cierto que a veces se producen extrañas situaciones. La última vez en la que se produjo nombramiento entre la terna de candidatos -Enrique Bande, Olga Gallego, ya fallecida, y el elegido, Anselmo López Morais-, junto a otros que sobrevolaban el paisaje, se desató una inusitada guerra de egos, con discusiones que traspasaron los despachos.
La designación del cronista, a propuesta de la Concejalía de Cultura y el consenso de los grupos, lleva acarreado ser un cargo honorífico de por vida y sin ningún tipo de remuneración. También que la persona elegida, al margen de los indudables conocimientos de las singularidades históricas de la ciudad y de sus personajes, profese un gran cariño por la misma. Hasta la fecha, los nueve cronistas distinguidos, de los que Vicente Risco fue el que figura con más años en el cargo (1931 a 1963), desarrollaron labores muy dispares, cuando no desaparecidas o inexistentes. Quizás el hecho de que algunos, como el caso de López Morais, elegido ya muy mayor, impide que la persona en disposición ejecute una labor con los bríos y el apego que demostraron en otros tiempos. Desde la figura totémica como Otero Pedrayo que, como contaremos más adelante, al margen de su carácter de permanente presencia pública, dejó escrito de su puño y letra -con gracia y arte- su visión anecdótica del día a día en un libro, dispuesto hoy en el Concello; a la prosa aséptica del cronista Alfredo Cid Rumbao, a quien la enfermedad de los últimos años impidió el ejercicio que quisiera, con la profesionalidad e igual rigor que durante su vida dejó manifiesto, sí que precisó de antemano los condicionamientos necesarios a la hora del relato de los acontecimientos vividos y su forma de abordarlos: “Naturalmente , lo cultural tiene aquí preferencia, aunque no exclusividad, ni se registran todos los hechos de ese orden, sólo los que hemos creído trascendentes. De lo que sí se prescinde, es de la política personal. Tampoco se consignarán proyectos, sino acciones”.
Voces encontradas
“Una ciudad de 110.000 habitantes debería tener la figura de un cronista; otras ciudades semejantes lo tienen”. La afirmación es de Andrés Hervella, antiguo responsable de la Oficina de Turismo y que ha compartido años de profesión en contacto con los últimos cronistas. “Lo ideal es que esta persona reflejara con personalidad y arte su particular visión de los acontecimientos, porque para contar los hechos en sí ya están los periódicos”.
Sin embargo, no todas las voces son igual de favorables, al menos en principio, pues algunos consideran que la figura en sí destaca por sus tintes pelín “anacrónicos”. Es el caso del profesor Luís Martínez Risco, quien no duda en afirmar que “ó cronista hoxe non ten sentido ningún; por un lado están os xornais para contar como foi o día a día, hai quen ten a pretensión de historiador, pero para eso xa están os historiadores. É un anacronismo, un símbolo doutros tempos, eu non lle vexo sentido. Penso que a figura a debe aglutinar a personalidade do xefe de protocolo, que á hora de ser elixido debe ser moi solvente neste sentido, coñecendo a singularidade da cidade, os persoeiros e a historia, para mostrarlla a aqueles ilustres que nos visiten”.
Según avanza la conversación, el profesor minimiza, al menos a mí me lo parece, la rotundidad inicial. Preguntado por los perfiles de los candidatos apunta: “Eu non elixiría a ninguén que non houbera nacido eiquí, tampouco os que non tiveran vínculos coa cidade”. El potencial círculo de candidatos se va estrechando. Lo que sí considera imprescindible es un perfil que profesara ese “cariño necesario, un coñecemento das familias ourensáns, e formar parte delas”. Se atreve incluso a dar nombres, los de dos personas: “Juan Saco e Pepe Lino Monxardín, ou alguén da sua xeneración”.
Servidor, que por edad va recordando cosas, echa la vista atrás y piensa en los dos últimos cronistas -Cid Rumbao y Morais-, de las distinciones postmortem y las promesas hechas, al margen de consideraciones lícitas de hijos predilectos, se echa en falta el compromiso de la publicación de los trabajos inéditos como se anunció en su momento, en el caso de Cid Rumbao; en el de Anselmo López Morais, la recopilación de sus más que interesantes artículos elaborados para la prensa escrita a lo largo de su vida, que imagino transitaban entre el ingente legado de archivo y biblioteca donado al Concello en su momento. De su labor en sí como cronista, se desconoce su existencia; el hecho de haber sido nombrado tan mayor, seguro ha tenido que ver en ello.
Volviendo a las consideraciones de si es necesario o no recuperar la figura de un cronista que nos represente, con la particular ironía que le caracteriza el profesor Afonso Monxardín, tira de oficio: “Que que me parece a figura do cronista, pois o mesmo que me parecen a dos maceros nos actos oficiais, a representación do Desplante ou a presencia do alcalde nas procesións do Corpus. Podería dicir que é algo ridículo, pero tamén que forma parte das tradicións e ao marxe de non estar mal, hai que respetalas; os cronistas xa existían dende os tempos dos de Indias. Non é unha prioridade, unha cuestión sen maior trascendencia, é o recoñecemento á traxectoria dunha vida. Non o debemos perder”.
Más allá de las reclamaciones favorables, que las ha habido, de los posicionamientos contrarios, de los debates existentes en el “pintoresco” Consello Municipal de Cultura, antes de pasar página, o de pretender cerrarla, no estaría mal cierto debate, mirar hacia atrás y hacia delante, y saber dónde estamos, por si simplemente estuviéramos perdidos.
8 de abril de 1976: Don Ramón Otero Pedrayo, que llevaba algún tiempo guardando cama, falleció plácidamente durante el sueño. Había estado leyendo “Memorias de Ultratumba” de Chateaubriand. Alfredo Cid Rumbao dixit.
José Paz, "La Región" 4/5/2014
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