"Después calentó un poco de café y se sentó al brasero de la camilla del cuarto de estar, una habitación blanca cuya cal iba desapareciendo por capas, mostrando las heridas del tiempo; una foto en blanco y negro de Amelia colgaba de la parede y en una repisa dormían los veinta o treinta libros que había leído a lo largo de su vida, "una pérdida de tiempo como otra cualquiera".
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág. 14.
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