"Sólo la certeza de los relojes daba a aquella hora oscura la exacta realidad de la mañana: era un día gris, un día de noviembre desterrado a la primavera de abril. Mientras caminaba desnortado por la calle Progreso para hacer un poco de ejercicio, deseó que Rosa no leyera su diario (...). Ascendió por Cardenal Quiroga y a través del Paseo encaminó sus pasos hacia el Liceo, para tomar el café de cada mañana, leer los periódicos, recuperar con los hábitos firmemente establecidos en el corazón el pulso equívoco de su existencia."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.26.
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