"Se sirvió un vaso de vino tinto y regresó a la terraza, a sentir el golpeteo suave del aguacero contra sus hombros un tanto cansados, sobre la piedra centenaria de la plaza. En momentos así, cuando la casa se le venía encima como un decorado que se desmorona bajo un viento de hielo, pensó alguna vez en la posibilidad de comprarse un perro, un perro silencioso como él, acurrucado en una quietud de lujo para no enredársele entre las piernas y escamotearle la posibilidad futura de ser Socio de Honor."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.13-14.
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