"En las ventanas de las casas de la Plaza Mayor empezaron a encenderse las primeras luces y el perro de los vecinos del segundo ladró brevemente. Tenía sueño, mucho antes que otros días en los que por costumbre nunca se acostaba hasta después de las once de la noche, mirando, sin más fin que el de comprobar el pálpito de su quehacer, los enseres de la casa vacía, el despotismo de una soledad que desde esa semana era un poco menos próxima, igual que si Amelia hubiera vuelto de la muerte para tejerle un jersei para el otoño. (...) No tardó en ganarle el sueño, "será el licor café y el coñá", se dijo."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.22-23.
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