"... la amplia casa era un vertedero de soledad desde que Amelia había muerto y aunque no echaba en falta después de tantos años la presencia de la mujer, sí tropezaba en cualquier rincón con su ausencia y a veces se sorprendía hablándole; por eso huía con frecuencia al Liceo, pero también allí faltaban muchos de los que en los años de su aislamiento le habían ayudado a soportar los primeros meses sin Amelia, tan difíciles, tan dolorosos..."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág. 12-13.
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