"Y sobre todo, se notaba inquieto; inquieto desde que había leído los estatutos del Liceo y comenzando a fraguar en su mente una idea que se le había impuesto como extraña, ajena a él, pero a medida que pasaba el tiempo y convivía con ella, se le hacía más y más agradable, como una forma de tiranía y entretenimiento. Fumó otro cigarrillo, bebió otra taza de café, releyó lo que había escrito. El tiempo se detuvo un instante sobre los tejados de la ciudad y luego siguió discurriendo inexorablemente, como un torrente de fascinante destrucción que tememos y que a la vez nos sorprende por su violencia."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.22.
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