MAGOSTOS
Se entregaron al sol en el estío
con sus racimos palpitantes
las viñas de la tierra;
una savia profunda
subió por los castaños hasta el fruto.
Ahora estalla su ventura.
Bajo las leñas, en los prados,
montañas y pinares,
la tierra es llama.
Nuestros ojos gastados
tiemblan ante su pulso.
Toda la tarde hasta la noche
la tierra se ilumina
de un polo al otro polo,
desde sombra hasta luz
y luego a sombra.
Magostos del otoño
con castañas que estallan,
y el vino rojo en las gargantas
y las mejillas encendidas
de las muchachas!
Magostos del otoño,
otoñada de lumbres deshojándose!
Monte. Alegre monte
con Orense a los piés
empezando en un bosque de cruces.
Alegre monte de la muerte!
Ya se marchitan las hogueras humeantes
y el sol a su compás humano
desvanece su brasa.
Ya la noche en el cielo
quema sus árboles de estrellas.
Dispersa el viento
carbones apagados.
Nosotros cantamos en la noche.
Mi Montealegre de los dos!
Ha de volver de nuevo el viento
para otras lumbres y canciones
y nuestras manos,
que enlazamos con ansia,
no podrán encender ya más hogueras.
Cantemos, sí, cantemos
tiznados de ceniza
y de alegría. ¡Abrázame
pues tus brazos me amparan de la muerte!
Antonio Tovar. El tren y las cosas.La Editora Comercial, Orense, 1960. Páxs. 21-22
Celebramos a entrada mil cincocentas coincidindo co tempo dos magostos.