"Como
para ver el convento se necesita permiso del párroco solicitámoslo, aunque con
recelo, pues por las cercanías se murmura que no siempre se presta de buen
grado á facilitar la entrada al monasterio; pero nuestra sorpresa crece de
punto al ver al mismo señor cura que, amable y sonrriente, nos invitaba á
pasar.
De
amabilidad suma, de cortesanía exquisita despues de lo que de él nos habian dicho,
al encontrarnos con otro tan distinto quedamos verdaderamente sorprendidos, y
en verdad que no nos explicamos el ódio que sus feligreses le profesan, ódio
que al fin y al cabo viene en perjuicio
del convento, llegando su vandalismo hasta incendiarlo, como ocurrió no ha
mucho tiempo.
Verdad que le desembaldosó todos los patios y les
destejó los claustros; que inutilizó, tapiándolas, casi todas las alas del
edificio; que les deshizo la era; que les echó al maestro, pobre anciano de 80
años; que les cambió y desordenó la fiesta del lugar, y en fin, otra porción de
cosas por el estilo; pero ¿quién se fija en esas pequeñeces? y mucho menos los
de Osera que al fin y al cabo ya deben estar acostumbrados y saber
prácticamente aquel refrán de “allá van leyes do quieran… abades”.
Y
apropósito del maestro, no sabemos cómo el municipio consiente en perder sus
derechos, pues los antiguos abades de Osera le habían concedido para siempre
local en el convento para la escuela, pero al señor abad actual por lo visto le
importa poco.
Echa
al maestro fuera sin más ni más, y el infeliz al encontrarse con los utensilios
de la escuela en la calle, busca la primera casa que á mano tiene y le coloca
allí.
¡Quien
tal hizo! Apenas le vé el cura, presenta denuncia por tener la escuela en un
sitio impropio. La consecuencia es lógica.
Y
no se crea que al delatar estos hechos nos mueve algún interés en ello, no;
desconocido el maestro, desconocido el cura, no nos importa por ninguno."
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