I
Desde
Orense á Cea.
Amanecía:
los juguetones cefirillos gemían en la enramada, las azules campanillas
trepando por los árboles se columpiaban lánguidamente al soplo de la mañana y á
su vaivén titilaban las gotas de rocío en su corola.
El
madrugador pitirojo cantaba oculto en los alisos sentidas alboradas y en las
sombrizas vertientes vagaban soñadores los genios del nuevo día.
El
rubio Febo sorprendió en el baño á la pálida Luna y ésta, púdica huyendo del
murmurante Miño, apenas si tiempo tuvo de recoger los tules de su flotante
manto, ó bien con su apresurada fuga dejóles presos en los empinados
campanarios de la ciudad del Cristo, pues aun manto de brumas se mecia sobre la
poética ciudad á través de cuyas sueltas mallas tamiza el sol sus ondulantes
hebras.
La
campana grave y melancólica há tiempo que tocó al alba y comienzan á oírse esos
vagos rumores que anuncian el despertar de un pueblo.
Los
escuálidos jamelgos hacen sonar sus campanillas, el látigo del mayoral suena y
la diligencia de Orense á Santiago pónese en marcha haciendo crujir su débil
maderamen al choque de las ruedas en la erizada grava.
Las
últimas casas de la ciudad piérdense de vista; á nuestra derecha dejamos la
Alameda del Crucero con sus misterios de amor, y á nuestra izquierda, cruzado
por el Barbaña, colúmbrase el campo de los Remedios con sus fantásticas
tradiciones y caballerescos desafíos.
Heraclio Pérez Placer, “El
Escorial de Galicia”, El Álbum Literario, 14 de outubro de 1888, nº37,
páx. 3.
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