"Lo
primero que aparece á nuestra vista, es la fachada del convento.
De
arquitectura almohadillada, rompe la monotonía de sus paredes ancha puerta
flanqueada por dos enormes columnas (…) que gimen bajo el peso de artístico
dintel, de entre hojarasca de acanto asoman su cabeza dos descarnados esqueletos
amarillentos por el tiempo y la humedad, que con sus fauces destrozadas por las
travesuras de algun maligno rapazuelo, dánle un aspecto tan extraño á la vez,
que parece rien y lloran al mismo tiempo.
Formando
fondo, ó cual si á su sombra se cobijasen, estiéndense detrás y á los lados de
las citadas columnas anchas franjas de bajo relieves que, naciendo al pié de
gigante escudo, figura que de él cuelgan cual si fuesen valiosos tapices.
Ángeles
con cuerpo de demonios, hidras con busto de mujeres, serpientes y dragones,
hombres y animales, todo en revuelta confusión cual si obedeciesen al capricho
de un loco, perdiéndose en un bosque de ramaje de una forma extraña é
imposible, hé aquí lo único que se puede distinguir de los relieves ya medio
oscurecidos por la acción del tiempo.
En
medio una confusión de órdenes destácanse, cual si de allí quisieran fugarse,
tres hermosas figuras de mujer que, cual si despidiesen nimbo de luz atraen
desde el primer instante las miradas del curioso.
Y
en verdad, en verdad, que no sabe el espectador qué admirar mas, si el respeto
del tiempo que apenas si las recubrió de ligero moho, si la ejecución del
artista ó si su postura lúbrica, impropia del sitio que ocupan, á no ser que
con ellas quisiesen indicar que todas las personas quedaban á la puerta del
convento.
Heraclio Pérez Placer, “El
Escorial de Galicia”, El Álbum Literario, 11 de novembro de 1888, nº41,
páx. 3-4.
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