“-No es, señores
magistrados, como ayer pretendía el señor fiscal de Su Majestad –comenzó don
Ramón Sanjurjo con gesto tribunicio al reanudarse la vista-, privativa de la
montaña gallega la creencia en la licantropía o transmutación del hombre en
lobo. Desde la más remota antigüedad el mito de la licantropía, el “morbus
lupinus”, figura entre los temas gratos a los escritores: ved si no cómo Herodoto
atribuye a los neurios la posesión del secreto de transformarse en lobos; ved a
Ovidio presentando a Licaón, rey de Arcadia, metamorfoseado por Júpiter en
lobo; a Plinio, el naturalista, achacando la licantropía a raza de Anteneo; a
Petronio en el “Satiricón” y a Virgilio en la octava de sus “Églogas” describiendo
casos del mismo mal. Ved entre los escritores cristianos a San Agustín, al
jesuíta Martín del Río, a nuestro ínclito coterráneo el Padre Feijóo,
explicando en qué consiste tan terrible cosa; y al genio luminoso de Goethe
cuando, en las noches de Walpurgis, presenta a las mujeres-gatas, otra forma de
zoantropía; y a Cervantes en “Persiles y Sigismunda”. Estudiad las
disertaciones de Avicena, de David Sennert y del doctor Calmeil, así como los “Dialogues de la Lycanthropie”,
de Claude Prieur. Repasad, señores de la Sala, los monumentos de la poesía
popular de los pueblos de Occidente y os encontraréis con una constante
presencia del hombre lobo: “Gerulf” entre los galos, “loup-garou” en francés
moderno, “werwolf” en Inglaterra, “wargus” en Alemania. ¿Cómo extrañarse de que
en Galicia existan corrientes populares de adhesión a una creencia que se halla
difundida por todas las zonas montuosas de Europa y, principalmente, por las
que forman parte del antiguo mundo céltico? ¿Es lícito apellidar bárbara e ignorante
a una región que conserva los mitos consagrados en los fastos de la literatura
universal?”
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