domingo, 22 de diciembre de 2013

Melancolía de los bloques de piedra de mi ciudad

"En aquella imponente plataforma telúrica, donde aún se rezagaban  algunos gestos de la invernía, me di cuenta, por vez primera, hasta qué punto estaba yo apresado entre los bloques de piedra de mi ciudad, en su trabazón segura, antigua, protectora; y hasta dónde me era ajena, casi hostil, la agobiante suntuosidad natural que rodeaba aquel islote de enfática estructura, pues no había casa alguna hasta las de la primera aldea tributaria, que se agarraba, allá arriba, a los costurones del suelo, como un pardo nido. La nostalgia se me iba haciendo insoportable y apenas alcanzaba a mitigarla encaramándome, al atardecer, a un alto peñasco de la crestería que daba borde final a la meseta, siguiendo con la vista la línea azogada del río hasta el contorno, más adivinado que visto, de la ciudad, casi siempre esfumado en la distancia, bajo la bruma. Y lo que acentuaba de modo más preciso mi tristeza era un pequeño codo, muy curvo, de la carretera que iba de Vigo a Auria, que era lo único que se veía de ella en el rodapié del altísimo repecho; blanquísimo tramo alegre, entre el severo verdor de un pinar.
 Una mañana de domingo en que había asistido  a la misa en la ermita de la aldea, hice el gran descubrimiento que tanto habría de ayudarme a conllevar mi cautiverio: una alta roca desde la que se dominaba un enorme horizonte.(...) y yo aproveché el descuido para encaramarme a mi nueva atalaya. La perspectiva resultaba totalmente distinta. La ciudad se veía nítida, recortada en la distancia como en la fresca hondura de un cuadro acabado de pintar; la masa rojiza de sus tejados, los cubos grises de las casas viejas y la blancura de las canterías de las de más reciente fábrica. Y en los medios del burgo, airosa y precisa, la torre de la catedral recortada contra el Montealegre, que  ahora resultaba tan mía, tan dócil, así de pequeñita y de naufragada en distancias y luces, que me parecía cosa fácil poder cogerla con dos dedos y ponerla en la palma de la mano, como un juguete."

Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia, Vigo 1997, páx.151/152

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