"...porque sospechaba que ese invierno, una vez desaparecido Araújo, el Liceo iba a ser un ámbito donde vagaría con fines imprecisos, quizá sólo con el afán de descubrir qué nueva víctima había escogido el asesino cuya libertad ponía en peligro la vida de los ancianos, "como yo, aunque a veces me niegue a reconocerlo"."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.141.
"Afortunadamente, pensó mientras se levantaba de la cama y aumentaba el volumen del aparato de radio que había permanecido encendido durante la noche, aunque las primeras lluvias de octubre no habían sido muy abundantes, sí fueron suficientes como para que la excursión realizada en día anterior a las afueras de la ciudad en busca de setas hubiese resultado fructífera."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.141.
"Certificaría su defunción con ojo clínico de experto en la materia; sería fácil, tan fácil como en los tres intentos anteriores. Sonriendo, acabó por quedarse dormido con el vaivén del vagón; un sol desgandado levantó una gama de colores siniestros en su barba de dos días. Ya no despertó hasta llegar a la estación, media hora más tarde."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.140.
"Dadas las circunstancias en que se hallaba el viejo, desesperado por la reciente desaparición de su mujer y de sus amigos, quién iba a extrañarse de que no acudiese al Liceo; así, si se prolongaba la agonía (...) los que lo conocían lo aceptarían como algo lógico, que "ya se le pasará con el tiempo" sin saber que la próxima vez que lo vieran sería en un velatorio y como personaje central y silencioso del cuadro."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.139.
"En poco tiempo, antes de que se diera cuenta, quizá cuando una semana después retornase a la ciudad, los días volverían a ser pozos grises y las tormentas se intalarían durante Dios sabe cuántos meses en el desorden de las telarañas y en los regatones de los paraguas olvidados en los trasteros. Entonces las lluvias traerían un placer subalterno: las setas. Podría dedicarse a recogerlas como hacía todos los años; bastaba con alejarse apenas dos o tres kilómetros de la ciudad y constitutía una ocupación agradable, no sólo porque le gustaba ese plato, sino porque además pasaba entretenido unas horas lejos del ambiente cerrado del Liceo o de casa."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.137.
"Se duchó, cerró la casa y decidió ir hasta el Queso, pan y vino; allí tomaría un café y llamaría a un taxi. A las 13,00 horas entraba en la estación; esperó la llegada del tren en el bar, bebiendo un vermú con ginebra: nunca le habían gustado las estaciones, lugares inhóspitos con rostros sorpendidos como si el viaje fuera algo que siempre nos cogía de improviso, aunque llevásemos meses planeándolo, territorios por donde no resultaría extraño ver discurrir un entierro."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.136.
"De cualquier forma, para ver si ello me ayuda a tomar una decisión, ayer vi en el escaparate de una librería un libro titulado "Del asesinato considerado como una de las bellas artes" de no sé que autor con nombre extranjero, y entré a compralo; quizá su lectura cuando me vaya a El Barco dentro de dos o tres días, ilumine las amplias perspectivas que al respecto se muestran ante mí. Volviendo a Araújo, en la conversación que tuve con él (antes de que el licor café añadiera una alegria postiza a su amargura) lo encontré bastante desesperado por las sucesivas muertes de los tres exaspirantes y la posterior de su esposa que ocurrió hace escasos días."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.135.
*"Del asesinato considerado como una de las bellas artes" (1827) de Thomas de Quincey.
