sábado, 7 de septiembre de 2019

No es la licantropía patrimonio exclusivo de los literatos


“-Pero no es la licantropía patrimonio exclusivo de los literatos; no, señores. Ellos no hicieron otra cosa que arrancar el tema de la realidad y trasplantarlo de la historia a la poesía. Si del mundo brillante y atractivo de las letras descendemos al más amargo y desolado de la crónica penal, no dejaremos de encontrar frecuentes huellas de la licantropía. Por no ofender la ilustración de la Sala con enumeraciones que le sonarían a repetición de lo ya sabido, me limitaré a señalar algunos casos registrados en la Edad Moderna y en la civilizada Europa: en 1574 juzga el Tribunal de Dôle al licántropo Gilles Garnier, cuya historia es la misma de Benito Freire. Entre 1598 y 1600 se produce una verdadera epidemia de licantropía en Saint Claude, región del Jura, y entre los inculpados figura, por cierto, una mujer. Hacia 1600 hay un licántropo en Westfalia, Carlos Billhens, de quien dice Martín del Río que confesó tener pacto con el demonio.  En el mismo año vemos a Jean Grenier en Burdeos; este desgraciado, que apenas contaba catorce años, se cubría con una piel de lobo para cometer sus desaguisados y luego, en la prisión, devoraba crudas las entrañas de los pescados y andaba a cuatro patas como una bestia. Otro proceso notable hubo en Bensançon contra Pierre Burgot y Michel Verdun; decían que se convertían en lobos y corrían por los montes con una ligereza increíble; luego volvían a ser hombres y otra vez lobos y así alternaban las dos naturalezas, ni más ni menos que como ha referido Benito Freire, y se ayuntaban con lobas con el mismo placer que si fueran mujeres; Burgot confesó haber matado a una muchacha con las patas y los dientes de lobo; y 


los dos juntos mataron y devoraron a otras jóvenes en Poligny, Jura. Hace muy pocos años, en 1824, en Versalles fué juzgado Antoine Léger, de veintinueve años; había huído al monte, alojándose entre breñas y peñascos; raptó a una muchacha para robarla, pero luego sintió hambre y sed y la devoró, bebiendo su sangre. Existió otro licántropo en Padua que, según la leyenda, al serle cortadas las patas tornó a su ser humano, pero quedando manco. Hubo licántropos en Constanza, en Saboya, en Constantinopla, entre los griegos, entre los livones… ¿Para qué seguir cansando la atención de la Sala? Séame permitido únicamente referirme a una tradición constante en las comarcas que dominaron los celtas: en Bretaña se llama a los “loups-garoux”, “den-uleiz”. Son seres con una doble existencia; durante el día no difieren en nada de los otros hombres cuyas ocupaciones comparten; por la noche se visten con una piel de lobo y toman la naturaleza de esta fiera; corren por el campo atacando a los hombre y cazando animales que devoran con avidez.”

Martínez-Barbeito, Carlos. El bosque de Ancines.  Ayma editor de Barcelona, 1947. pág. 194-195.

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