miércoles, 1 de marzo de 2017

Una visita al convento (VIII)


"Aquéllas inmensas bóvedas haciendo con su peso crugir las resistentes columnas medio perdidas entre la sombras; aquéllas paredes cubiertas de santos y de mártires, cuya espantosa realidad hace recordar los cuadros del Españoleto ó el antiteatro de una sala de disección, con sus miembros ensangrentados, sus palpitantes tendones, sus abiertas llagas, que todo esto quiso el desconocido pintor dejar impreso en las paredes del templo, bajo el pretesto  de mártires más ó menos verídicos, y visto todo bajo el aspecto de una luz oscura, debilitada, que con trabajo se filtra á través de sucias y empolvadas ojivas, cruzadas y borradas las pinturas por anchas y verdosas manchas semejantes á gigantescos lagartos, que la humedad ha impreso cual repugnante lepra, resaltando con alegres y artísticas franjas de arabescos y filigranas pintadas en forma de colgantes tapices, respirando ese vaho húmedo, nauseabundo, mal sano, propio de todo lugar sin ventilación, sirviendo de música el chirrido desagradable de innúmeros murciélagos, únicos habitantes de las desiertas naves, ó del triste gemir del viento que, al deslizarse por las agrietadas paredes, parece se queja de la inclemencia del tiempo, del abandono de los hombres ó de la oda que le dedicó el poeta de Maside, Manuel Lois.

Aquéllas gigantescas efigies de santos con luenga barba y fantástico ropage, aquellos grandes y nunca vistos caballos que brotando de una nube de monstruos extravagantes y de formas que, sirviendo de remate á los altares amenazan desplomarse sobre uno, en tanto que los duendes y quimeras de los capiteles con sus abiertas fauces parece celebran coro de infernales carcajadas; todo, todo llena el alma de pavor y superstición, de terror y espanto.

La iglesia es de estilo greco romano; fué consagrada bajo la advocación de la Virgen María en 1.239 en tiempo del sesto abad D. Fernando II.

Entre las preciosidades que contiene llaman á primera vista la atención la bóveda plana de la tribuna, igual á la del Escorial, pero de mucha más estensión, y la sacristía.

Esta fué hecha en tiempo de D. Pablo de Alarza, abad 70."

Heraclio Pérez Placer,
“El Escorial de Galicia”, El Álbum Literario, 25 de novembro de 1888, nº43, páx. 4-5. 

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