miércoles, 19 de marzo de 2014

Una baraja entera

"Y sin decir más, se sentó a horcajadas de un banco y empezó inmediatamente a humillarnos sacando del pecho una baraja nueva. Silbando por lo bajo, se puso a extender los naipes con cierto orden, haciendo combinaciones con ellos.  Los miraba un momento, recogía algunos y los volvía a extender.

  Nosotros nunca habíamos tenido una baraja entera que fuese nuestra; apenas unas pocas cartas, cuando alguna se descompletaba. En cambo aquel tipo de...

  Manejaba las cartas con gran soltura; las barajaba haciendo piruetas con ellas (como los señores que venían, en A...,  a jugar al tresillo con la abuela), haciéndolas volar de una mano a otra sin que se le cayesen.  ¡Tío asqueroso, allí, silbando, con su manera de reventarlo a uno! Y todo como si estuviese solo, extendiéndolas, recogiéndolas, y pa... rrá, pa...rrá, de una mano a otra, por el aire, sin que se le cayese ni una... Era como para levantarse y partirle una canilla de un patadón."

Eduardo Blanco Amor, Los miedos, ed. Destino, Barcelona, 1963, 1ª edición, páxs. 133-134

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