jueves, 20 de mayo de 2021

Presencia literaria en la serie “El desorden que dejas” (VIII)

 Y llegamos al momento en que se evidencia la veneración que algunos alumnos sienten por Viruca, es un canto a la labor docente, un agradecimiento y un reconocimiento a nuestros maestros. Nerea (Capítulo 5, m.24), una de las alumnas de Viruca más implicadas en su materia, cuya madre trabaja en una farmacia, acaba de conseguirle unos ansiolíticos a su profesora, que no dispone de la correspondiente receta. Ante la sorpresa de que su alumna haga eso por ello, obtiene esta respuesta: “(lo hago) porque quiero que estés bien y nos sigas hablando de Carmen Laforet, y de Sylvia Plath, y todas las autoras que nadie se molestó en enseñarnos. ¿Tú eres consciente de que nos estás cambiando la vida, por lo menos a mí?”. El poder de las maestras, el influjo de la literatura bien enseñada en las y los adolescentes. El poder de la educación en la juventud del que pocas veces somos conscientes.

Los problemas se le van acumulando a Viruca y cada día está más desconcentrada en clase. Manda leer a un alumno (Capítulo 7, m.13) un poema de Miguel Hernández (Orihuela, 1910 –Alicante, 1942), en la página 43 de la edición que manejan, que va a entrar en el examen. En ese momento Iago interrumpe a su profesora preguntándole sobre cómo puede ayudar a una amiga suya que consume mucha cocaína. La profesora, incómoda ante la pregunta, se limita a decirle que Miguel Hernández no tiene respuesta para eso. La relación entre profesora y alumno es cada vez más oscura. Miguel Hernández murió en una prisión franquista con apenas 32 años, en su poesía, dominada por un lenguaje sencillo, confluyen emociones, belleza y compromiso.

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